Arriba se pueden ver algunas de las plagas dañinas que tenemos 

POCAS PERSONAS se hacen cargo de la importancia que tienen los insectos en la historia de la Tierra. Después de las
serpientes venenosas, no hay seres más temibles que algunos insectos; los destrozos que causan en los bienes son
realmente espantosos. Un tigre o un león nos infunden, claro está, más pavor que un mosquito; pero este último
puede causar la muerte con más facilidad que el tremendo felino. Las fieras son grandes y relativamente pocas; los
insectos, pequeños, pero su número es incalculable, y no se nota su presencia hasta después que han hecho el daño. 

No siempre es fácil determinar el origen de una plaga de insectos. Para formarnos una idea de cómo empiezan esas
plagas, recordaremos lo ocurrido en el siglo xx en el estado de Massachusetts. Hasta entonces, en aquel Estado era
desconocida una especie de mariposa nocturna, de color gris con líneas negras transversales, llamada lagarta. Por
desgracia, en cierta ocasión en que un naturalista francés estaba trabajando en su laboratorio con las ventanas
abiertas, un fuerte soplo de viento arrastró fuera de la habitación, esparciéndolos por el jardín, unos cuantos huevos de esa mariposa, que un amigo había enviado al referido naturalista. 

Estos huevos fueron incubados, las orugas se transformaron en otras tantas mariposas, que a su vez pusieron otros
muchos huevos. Fue tan rápida la multiplicación que en el transcurso de unos pocos años la lagarta se había
diseminado ya por un espacio de 600 kilómetros cuadrados. En vano intentó la gente luchar contra la invasión. Las
orugas pululaban por los árboles y los deshojaban, dejando toda aquella comarca sin el menor vestigio de verdor. La
obra de devastación se reanudó repetidas veces, y perecieron de este modo más de 40 millones de árboles. El
gobierno estadounidense se ha visto obligado a invertir grandes sumas en la lucha contra esta plaga que tan
considerables pérdidas de riqueza ha ocasionado a muchos países. 

 

 
Los roedores que más viven en estrecho contacto con el hombre son:
RATA GRIS o DE LAS CLOACAS (Rattus norvegicus)
RATA de TEJADO (Rattus rattus)
RATON  CASERO (Mus musculus)

La presencia de los roedores se agudiza en la época otoño-invierno, debido
principalmente a la mayor movilidad que manifiestan en la búsqueda de alimentos
y al incremento de la fertilidad que se produce en otoño.
VISION: Los roedores no perciben los colores, pero son muy sensibles a los
cambios de luminosidad, por esta razón frecuentemente evitan pasar por
superficies claras.

OIDO: Altamente desarrollado; particularmente sensible a los sonidos agudos y
repentinos. Abarcan frecuencias ultrasónicas y de esta forma producen
vocalizaciones como señales sociales relacionadas con varias modalidades de
comportamiento agresivo, parental y sexual.

GUSTO: Altamente desarrollado; les permite descubrir diferencias extremadamente
finas en los componentes de distintos alimentos. Ensayos realizados con ratas
salvajes indicaron que éstas pueden detectar alimentos con un contenido de sólo
0,25 ppm de Warfarina. (Veneno Raticida)

TACTO: Altamente desarrollado; es muy importante para regular sus movimientos,
especialmente en la oscuridad, al parecer emplean mucho sus bigotes para
explorar objetos y orificios que puedan servirle de posible paso. Habitualmente
utilizan los mismos caminos para trasladarse de una parte a otra dentro de su
área vital y tienden a ponerse en contacto con objetos familiares y superficies
verticales, dentro de sus recorridos. Se cree que los estímulos táctiles
procedentes de diversas partes del cuerpo, les ayudan a orientarse eficazmente.

OLFATO: Altamente desarrollado; asociado con el sentido del gusto les permite
elegir cuidadosamente el alimento a consumir, además, mediante un sistema
excepcionalmente eficaz de aprendizaje, asocian el sabor o aroma de un
alimento determinado con los efectos beneficiosos o adversos del mismo, sobre
su salud; debido a esta facultad, pueden elegir una dieta equilibrada y evitar ser
envenenados, asimismo el olfato les ayuda a mantener o diferenciar lazos de
parentesco.